lunes, 17 de marzo de 2008

ENTREVISTA A NELSON VILLAGRA.
Actor de EL CHACAL DE NAHUELTORO

Héctor Vega: Se dice que cuando Jorge del Carmen Valenzuela fue fusilado era otro hombre. Tu conociste su historia, es más, la llevaste al cine, ¿Cuál es tu impresión? Porque después de todo el arrepentimiento que recoge la crónica es parte de otro hombre, no el que asesinó a una mujer y sus cinco hijos.

Nelson Villagra: Me resulta extraño contestar todavía preguntas referidas a un personaje que representé en un film hace 39 años en Chile, Jorge del Carmen Valenzuela Torres. Sin embargo como particularmente en Chile, el film de ficción que hicimos en 1968 sobre “la infancia, andar, regeneración y muerte” de Jorge, tuvo y mantiene un impacto emocional singular en los espectadores, por una u otra razón he estado hablando de él.

Jorge del Carmen malvivió escasamente hasta los 23 años, edad en la que fue fusilado bajo el triste apodo de El Chacal de Nahueltoro. Fusilado por haber asesinado bajo los efectos del alcohol, a una mujer, su conviviente ocasional, y a los cinco hijos pequeños de ésta, incluido un bebé. Solamente recordar todo eso me da escalofríos, y activa mi compasión por víctimas y victimario.

Pero también es extraño que dicho personaje se haya transformado al correr de los años en un “mediador” milagroso para las personas de fe, en el pueblo de San Carlos [provincia de Ñuble-Chile] y sus alrededores. Son miles las personas en esa región que ante el nicho de Jorge del Carmen en el Cementerio del pueblo se han encomendado a él y hoy le agradecen “los favores recibidos”. Son tantas las placas de agradecimiento que testimonian su acción “milagrosa” que tuvieron que cerrar los nichos contiguos para hacerle sitio a los agradecimientos. De este modo la película sobre la vida de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, trascendiendo su ámbito artístico – o quizás por ello mismo, siéndolo - se inscribe en un fenómeno político, social y religioso.

Como sabemos, por una tradición cultural de la humanidad que se pierde en los tiempos, a determinadas personas que mueren violentamente y/o bajo martirio se les atribuye una energía espiritual peculiar después de su muerte, creencia que resulta benefactora para quienes se encomiendan a esas personas. Jorge es una de ellas. Un muchacho que logró una transformación radical en la cárcel, asunto que el film testimonia fielmente: el hombre que fue fusilado luego de dos años de proceso, no fue el mismo analfabeto y alcohólico que cometió el séxtuplo homicidio.

H.V: Supongo que Valenzuela era un hombre rudo, analfabeto, quizás huérfano [no lo sé] y con pocos afectos en su vida. Un personaje de gestos y palabras escasas donde el alcohol desplomaba barreras y desataba violencias.
¿Cómo pudo entonces operarse un cambio en un medio como la Peni donde el asedio es algo vivo y permanente?

N.V: Eloy Parra, un sacerdote joven en aquel tiempo, asistió a Jorge mientras éste estuvo en la cárcel los dos años y tanto que duró el proceso. Y fue a través de los valores de la religión católica que Eloy Parra logró brindarle consuelo a Jorge, al mismo tiempo, podríamos decir, le creó una “nueva conciencia”, una conciencia ciudadana en la que además, y principalmente, apareció el pecado, el castigo y la salvación a través de la fe y el arrepentimiento.

Jorge, desde el punto de vista afectivo comprendió en la cárcel que no estaba solo después de todo – como toda su vida -, había alguien más grande que él, un ser divino y eterno que lo acogería en su seno y lo protegería por siempre después de la muerte. Si tales ideas han calado hondo en millones de personas por más de 2000 años, ¿cómo no iban penetrar profundamente en un hombre analfabeto que había vivido como un perro callejero por los caminos, y que estaba allí en la cárcel más desvalido que nunca acercándose cada día a la muerte? Como actor, yo comprendí ese proceso, fue mi “interpretación” del personaje, mi percepción intelectual, e intenté “actuar” esa emoción [yo no soy un hombre de fe religiosa], ese salto cualitativo que para mí significa la fe.

H.V: ¿Cómo vivió los fantasmas de su crimen? Tuvo miedos con apariciones fantásticas o se encerró en un fatalismo donde lo que sucedió tuvo que suceder. El fin, su fusilamiento ¿lo vivió como un castigo necesario o una liberación?

N.V: Aunque nuestra conciencia sea muy rústica, al parecer hay un instinto perteneciente a la especie humana que necesita de atenuantes que nos disculpen ante los demás y sobre todo ante nosotros mismos. Nadie acepta su culpa o responsabilidad en primera instancia sin intentar algún atenuante. En la cárcel – conviví dos meses con los reos mientras filmaba la película –, en el peor de los casos, cuando todas las pruebas corroboraban la responsabilidad del reo, el último atenuante y el más corriente con el que querían justificarse en mis conversaciones privadas con ellos, era: “se me metió el diablo, no fui yo”.

Así mismo, Jorge, todavía en la entrevista que logró hacerle un periodista la noche anterior a su fusilamiento [estando Jorge “en capilla”], éste intenta atenuar su culpa atribuyendo su crimen “al alcohol, y más de eso, no haber tenido enducación de naiden, ninguna cosa…”. Era una justificación atendible, porque además ese argumento sostenía su ego, evitaba las pesadillas, había evitado la angustia de enfrentar su imagen buscando a los niños entre los matorrales durante tres horas, “pa mataloh”.

En mi trabajo de actor, intentando la aproximación a la interioridad de Jorge, comprendí que éste no reconoció su responsabilidad, no la asumió plenamente como “su verdad” hasta que Dios penetró su alma. Jorge entreabrió las puertas de su corazón a la fe por primera vez – en el film, es mi interpretación –, cuando en una misa que hace el cura Parra al interior de la cárcel aquél recibe la hostia. Sin embargo sentí que Jorge recibió en plenitud a Dios – el actor puede manejar estas cosas, es extraño pero es así – a partir de la última conversación con don Eloy, la noche anterior a su fusilamiento. Esa noche Jorge del Carmen siente que la caridad humana no llegará a través del indulto presidencial. Y entonces pensé cuando filmaba aquella secuencia que él no era el primero ni el último ser humano que en sus últimos momentos buscaba refugio en Dios, ese ser que para las personas de fe, está más allá de ellas y que racionalmente es inalcanzable. Mirado desde fuera - desde fuera de la fe quiero decir, no soy creyente -, resulta triste que Dios se revele en alguien para “bien morir”. Pero, claro, Jorge necesitaba desesperadamente creer, y yo como actor también, para actuar la escena.

H.V: ¿Se reflejó todo esto en sus últimos momentos en esta Tierra? Cuando el cura Eloy Parra lo acompaña, ¿hubo algún gesto? ¿Alguna palabra? ¿Qué se reflejó cuando afrontó al pelotón?N.V: Pienso que en las últimas secuencias del fusilamiento en el film, se ve claramente que Jorge se entrega a la muerte humildemente, disciplinadamente. Pero también con una cierta heroicidad, está consciente del interés mediático que ha despertado su caso. Quiere morir “sin chistar, porque sería feo”. Es un hombre que ha asumido su culpa, su pecado, y debe pagarlo. Lucha por mantener la esperanza en la caridad divina. Sin embargo no es un santo que va al martirio, inspirado, sino un ser humano. Hombre de fe, es cierto, pero lleno de incertidumbres.

H.V: ¿Por qué aceptaste representar al personaje? ¿Lo que el Director esperaba de ti se correspondía con lo que tú entendías sobre la historia misma y el personaje?

N.V: El fusilamiento de Jorge fue en 1963. La película se filmó el 68. El crimen de “El Chacal de Nahueltoro” fue un caso que llenó por meses las primeras páginas de diarios, revistas y radios. Quiero decir que yo estuve perfectamente informado del suceso, y mi opinión, con algún matiz – no tuve intenciones de lincharlo por ejemplo -, no se diferenciaba mucho de quienes condenaban el horrible crimen. Y antes que fuera fusilado, luego de dos años y ocho meses después de haber cometido el crimen, mi opinión tampoco varió mucho de quienes “condenábamos” el ajusticiamiento. Es decir, igual que la mayoría de los ciudadanos, estuve de acuerdo en fusilarlo primero, y luego estuve a favor de castigarle solamente con pena carcelaria, preso una cantidad de años que le hubieran permitido en el futuro una segunda oportunidad en la vida. Aunque ¿quién hubiera sido capaz de darle esa segunda oportunidad? El Mal que hayas hecho, socialmente, siempre te marcará más que el Bien que hayas procurado.

En fin, esa transformación de actitud que el caso de Jorge provocó en millones de personas - también en mí -, lo convertía en un personaje muy interesante para un actor. No solamente el personaje sino además las circunstancias o contexto social que rodeaban el caso. Ayer como hoy, la marginalidad económica y social era un mal lacerante de nuestra sociedad. El jurista y profesor de Derecho don Eduardo Novoa había polemizado al interior de la Universidad de Chile sobre la “justicia de clase”, poniendo como ejemplo el caso de El Chacal de Nahueltoro [fue el motor inspirador para hacer la película]. Luego más tarde don Eduardo publicaría dicha argumentación en la revista Mensaje, tal vez a principios de 1970. Con el director del film estuvimos de acuerdo desde el primer momento, sobre el tratamiento del personaje y del film: no haríamos un distanciamiento crítico del caso, sino un acercamiento emocional, buscando la identificación del espectador con el personaje. Se trataba de hacer “sentir” al espectador la injusticia de la justicia de clase.

H.V: ¿Cómo viviste la filmación? ¿Tenías todo resuelto cuando comenzó o el personaje se fue desarrollando a medida que transcurría la filmación? ¿Tuviste en algún momento la impresión que se buscaba un equilibrio entre la venta del producto [el film] y lo que tú como actor esperabas que se hiciera?

N.V: Evidentemente el personaje se fue desarrollando durante la filmación. Sin embargo, felizmente – creo que fue al término de la primera semana del rodaje - me llevaron una cinta magnetofónica con la última entrevista que le hicieran a Jorge del Carmen, estando en capilla, lo que he mencionado más arriba. Esa cinta fue para mí una revelación, una revelación emocionante. Me sentí tan identificado con Jorge escuchándole hablar que desde ese día no supe distinguir entre YO y ÉL.

Por otra parte la filmación se hizo a pulso, literalmente. Comiendo sanguches de pan francés con sardinas de lata. Dos citronetas de los miembros del equipo a las cuales se les pagaba la bencina. Cámara y modesto equipo de filmación aportado por lo que era Cine Experimental [departamento de cine de la U. de Chile]. Casa de campo prestada por el dueño del fundo Nahueltoro, lugar donde sucedieron los hechos. Allí en esa casa alojamos el equipo durante el rodaje de los exteriores. Colaboración importantísima de la familia campesina que representó a la familia de Rosa, la mujer conviviente de Jorge. Luego la Escuela de Agronomía de la U. de Concepción nos prestó algunos dormitorios mientras rodamos en la cárcel de Chillán. Fundamental colaboración de los funcionarios de la Cárcel de Chillán y los reos. Colaboración también importante de la Pentenciaría de Santiago.

Héctor Noguera, el actor, recibió una herencia por aquellos años y eso permitió contar con algún dinero contante y sonante para los gastos diarios. En ningún momento recuerdo que el equipo pensara en el posible resultado económico del film. Eran otros tiempos, 1968.

H.V: Si en Valenzuela hubo un cambio: ¿Hubo en ti un cambio? Porque supongo que durante la filmación hubo siempre un diálogo entre ti y el personaje. Diálogo que nunca compartiste con el resto del elenco, pues era algo tuyo. Algo así como cuando hablan privadamente Valenzuela y Villagra [“Dime la firme Valenzuela… ¿admites que la cagaste?”]. Lugar donde no caben otros interlocutores, ni siquiera el Director. Imagino que todo eso o es lo que sucedió. ¿Ó…? A todo eso yo llamo la reconciliación con el personaje. ¿Hubo tal reconciliación?

N.V: Puedo precisar que me reconcilié con Jorge desde un comienzo, cuando le creí – porque lo comprendí – durante la reconstitución del crimen. El Juez le pregunta:
“¿Y por qué mataste a los niños, hombre…?”“Pa que no sufrieran los pobrecitos…”

Jorge, había salido de su rancha a los 8 años de edad, por los caminos…, luego que mataran a cuchilladas a su padre, y la viuda “se puso a hacer vía…, con un hermano de mi padre…” Tú habrás oído decir que en el campo, cuando no hay alimento para las nuevas crías de una camada de perros o gatos, se les mata, para que no sufran los pobrecitos.

Mi profesión de actor, y el propósito del film, me indicaba que yo no debía ni justificar ni condenar ni perdonar a mi personaje, sino comprenderlo.

¿Y en cuanto a que el personaje y/o esa película [1968], provocaran algún cambio en mí? Aparte de una serie de lecciones artísticas y humanas…, pues sí, hubo un cambio, en el sentido que me reafirmó la necesidad de cambiar el mundo. Necesidad que se hace cada vez más evidente. Quizás no hubiera valido la pena hablar hoy de quien los titulares periodísticos de la época apodaron El Chacal de Nahueltoro, si no supiéramos que todos los días en Chile y en el mundo siguen naciendo miles de niños con un destino similar; es el valor social del film, además del valor artístico y su valor moral-religioso.

Pese a todo, y habiendo sentido como actor que comprendí a Jorge, ni ayer ni hoy [2007] he justificado su horrendo crimen, hubo seis víctimas inocentes. Sin embargo, sabiendo que Jorge del Carmen finalmente creyó encontrar su salvación en la fe, pienso que “el arrepentimiento y la verdad fueron su redención”. Lo escribí en una placa que coloqué en su nicho del Cementerio de San Carlos en septiembre 2003.

* Nelson Villagra es actor. Vive actualmente en Montreal, Canadá.
Es Premio Municipal de Arte 2004, Mención Teatro, que otorga Santiago.

Publicado en www.fortinmapocho.com

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